Carmen Sampedro

La palabra hecha verso

Al calor de la palabra

La tarde dobla suavemente su manto de luz. Desde mi ventana observo cómo el árbol muestra su desnudez ante el frío invierno, y aunque parece clamar con sus brazos al cielo, sus raíces se van llenado de esperanza; nuevos brotes para la primavera. Así son nuestras vidas: estaciones que renuevan nuestro ciclo vital. Este tiempo de frío y niebla, es una oportunidad para reunirnos al calor de la palabra, tejiendo pequeñas historias que nos contamos como si aún necesitáramos de esa voz cálida que en la infancia despertaba nuestra imaginación y nos hacía sentir héroes o heroínas de sucesos fantásticos.

Mi madre tenía muchas historias que contar y solía hacerlo en las tardes de invierno. Sabía crear esa atmósfera de cine mudo, sin efectos especiales: solamente la luz necesaria para descubrir las imágenes que iban y venían como si las convocara con la única fuerza de la palabra. Esa palabra que encendía mi corazón como una llama…

De todas las historias, recuerdo una donde ella y otras niñas son protagonistas de un destino marcado por la desventura y restituido por la abnegación y entrega de las buenas almas.

Las buenas almas

 “Érase una vez, un país recién salido de una guerra civil, donde la pobreza acuciaba de manera despiadada a la mayor parte de sus gentes. En este país, cayó como un castigo divino, una plaga: la poliomielitis. Miles de niños y niñas sufrieron los estragos de este virus y truncado el vuelo natural de su infancia.

Los conocimientos que se tenían sobre esta enfermedad eran escasos, sobre todo en zonas rurales donde ni los médicos sabían cómo tratarla, ni la familia cómo hacer frente a una realidad tan desdichada.

En ese mismo país azotado por el virus,  una pléyade de buenas almas, llevadas por su amor al prójimo, apostaron por combatir la enfermedad con tesón, voluntad y empeño.  Así nació el hospital de la Beata María Ana de Jesús. Así nació la esperanza y con ella la certeza de que la entrega a las personas más necesitadas, es una luz que advierte de la oscuridad del sufrimiento.

Uno de los días más esperados por las niñas de la Beata María Ana, era el 6 de enero.

Casi al amanecer, las hermanas hospitalarias, entraban en la sala como si fueran hadas que sacaran de sus bolsillos la varita de las tareas: cambiar las sábanas, colocar con esmero las colchas de los días de fiesta, dejar las mesitas de noche huérfanas de huellas, lavar a las niñas, peinarlas y repeinarlas; mirar las tallas de cada una para el nuevo  pijama de florecillas rosas, y finalmente regarlas con gotas de colonia fresquita.

La sala del hospital parecía un jardín alborotado por ninfas o avecillas, realzando la belleza de la mañana y sobre todo, enalteciendo la imagen de esas niñas que llegaban con un certificado de pobreza, una enfermedad y la terrible incertidumbre de su presente.

A la entrada del hospital un gran cartel especificaba que solo se atendían niñas pobres. Así pues, el séquito de los Magos de Oriente, lo formaban bienhechores que a su vez, invitaban a otros a serlo. De esta manera, y con las hábiles manos de las hermanas hospitalarias, se combatía la enfermedad, en un país y en un tiempo donde había que agradecer a las buenas almas, lo que no se obtenía por derecho social.

Tanto las niñas como las hermanas hospitalarias, sabían que la visita de los Reyes Magos, no tenía otro fin que asegurarse de que a través de ese día tan especial, las personas tomaran conciencia de la importancia de la solidaridad, y experimentasen la alegría de ver cómo una sala de niñas, de pajarillos con las alas quebradas, podían con su ayuda, iniciar el vuelo…

Al llegar la noche, rendidas de felicidad, las niñas rezaban la liturgia y cuando se hizo el silencio,  sus delicados cuerpos durmieron al arrullo de brazos fraternos que hicieron posible, un año más, el milagro…”

Mi madre aprendió muy bien la lección durante los cinco años que permaneció rodeada de buenas almas. Ella me enseñó que siempre nos debe acompañar la luz, como esa estrella de Oriente, para que la oscuridad no se adueñe de nuestros corazones y por pequeño que sea el destello, nos ilumine lo suficiente para ver y sentir a nuestros semejantes como parte de esa gran familia que es la Humanidad.

FIN

Carmen Sampedro

Diciembre 2017

 

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