TRAZOS DE VIDA
Vuela el pájaro, reposa en la rama, vuela de nuevo y trazo con mis dedos el movimiento de sus alas. Me asombra la precisión con la que ejecuta cada uno de los gestos, que marcan la celeridad del aleteo. Me gustaría crear una caligrafía con esos trazos, para saber qué dicen mientras planean por el ancho cielo.
Cuando yo era pequeña, quería escribir la historia de mi vida. No porque fuera una niña prodigio, llena de talento y con historias extraordinarias que contar. Quería escribir sobre algo que no entendía y pensaba que al darle las palabras adecuadas, ellas mismas, las palabras, me lo darían a conocer o entender.
Lápiz en mano y con una hoja arrancada de mi libreta de matemáticas, me disponía un día tras otro a expresar toda esa vida que quería contar y que no me cabía en el corazón, ni en la pequeña hoja de mi cuaderno.
Dada mi naturaleza perseverante y tenaz, comenzaba enlazando unas palabras con otras y siempre me quedaba en la misma línea, como si algo me impidiera seguir adelante; una congoja, una angustia que no me dejaba engarzar los pensamientos. Quería y no podía trazar con mis manos, la caligrafía de mis sentimientos.
Es tan bello el vuelo del ave…debe ser hermoso ver las cosas desde el cielo: la copa de los árboles, cabezas coronadas de laurel; los campos tapizados con cintas de colorines, lienzos de cosecha para el sustento. Y los hombres y mujeres tan diminutos que parecen leves criaturas recién llegadas al majestuoso escenario. Trazos de vida…
“Había una vez una niña que no podía caminar…”
“Érase una vez una niña que no podía andar…”
“Os voy a contar la historia de una niña que no podía…”
Y al llegar a ese punto, al escribir esa palabra, todo un mundo de dolor e incomprensión cercaban las palabras, como si el deseo de escribir su vida fuera sitiado por un maleficio. Pasaban los días, y el cuaderno se quedaba sin hojas como el árbol en otoño.
“Había una vez una muñeca de carita morena y ojillos vivarachos. Era la alegría de su dueña que la cuidaba con esmero y la llenaba de mimos y abrazos. La muñeca de esta historia no necesita muletas para caminar, ni encorva su cuerpo cuando se sienta en su sillita. No tiene aparatos ortopédicos; no va vestida de hierros, correas, ni le aprietan las botas porque no las lleva; lucen sus pies unas sandalitas por donde asoman unos dedos sensibles y simpáticos desde el más gordete hasta el pequeñín, como hermanos inseparables.
Otro día seguiré hablando de ella, pues aún no tiene nombre ni sé qué más decir. Yo quería escribir mi vida pero me duele algo por dentro cuando hablo de mí; sé que podría contar muchas cosas pero lo que realmente quiero contar, lo que verdaderamente quiero expresar en la hoja de mi cuaderno, me causa tal dolor, que no puedo conducir el escrito. No tengo trazos.”
Fotograma a fotograma repaso la imagen de esa niña que no podía caminar y tampoco podía escribir sobre ello. Cómo expresar con ocho años que para desplazarte uno, dos, tres pasos, necesitas poner en marcha todo un dispositivo, todo un mecanismo para lograr uno, dos tres pasos. Cómo dar significado a una infancia sin el vuelo natural, ese vuelo que permite experimentar los juegos, movimientos, risas del cuerpo en su más espléndida manifestación.
Vuela el pájaro, reposa en la rama. Vuela de nuevo y su trazo deja una estela en el aire. Volar es fácil, andar es fácil, correr es fácil, volar, volar…
La niña acallaba su tristeza para no perturbar mi andadura paso a paso por la vida. Yo le daba mi coraje y ella seguía con su hoja de cuaderno. Pensé que dejaría de lamentarse por sí sola al verme libre de la ortopedia, libre del manual de instrucciones para desplazarse de un lugar a otro.
-¿Qué quieres que haga por ti? -le pregunté una noche oyendo su llanto.
-¿Qué quieres?-
-¿No te basta mi coraje, mi fuerza, mi esfuerzo, no es suficiente todo ello?- Deberías sentirte feliz con mis logros, las dos hemos conseguido sobrevivir a lo que un día curvó nuestra infancia.
-¿Qué palabras necesitas para sanar tu tristeza?-
-La caligrafía del vuelo,-me contestó.
Y entonces comprendí que sin querer, había silenciado su dolor para no sentirlo como propio. Acallé su pequeña alma dolorida y no atendí qué me quería decir con sus torpes trazos al dar un paso, dos, tres… Mi coraje no la redimió del dolor. Ahora que sé lo que necesita, creo para ella esta caligrafía, esta pequeña historia, donde ella es la muñeca de carita morena y ojillos vivarachos. Una muñeca muy querida por su dueña que le ha trazado un mundo de palabras, para que elija las más hermosas, y pueda volar con su imaginación a la altura de las aves que planean por el cielo.
FIN
Carmen Sampedro Frutos
Linares 2011